Pasar de trabajar 45 horas semanales a 36 o 34: los costos del proyecto opositor

Jul 5, 2021 | Economía Laboral

Al imputar la hora de colación dentro de la jornada ordinaria, la rebaja planteada se vuelve más radical de lo que parece. Chile quedaría con la menor jornada laboral del mundo, pero con riesgos como la mayor automatización.


El rezago del mercado laboral en la pandemia se hizo más evidente tras las últimas cifras. Mientras la actividad económica avanzó un inédito 18,1% en mayo, empujada por el dinamismo del comercio y las bajas bases de comparación, el empleo siguió bajando en el trimestre terminado en mayo. Y solo se ha recuperado la mitad de los puestos de trabajo perdidos durante la actual emergencia sanitaria.

En este escenario, economistas y el mundo empresarial han visto con inquietud la reactivación de iniciativas que implicarían nuevos costos laborales, dificultando la contratación. Un proyecto de ley despierta especial preocupación: el que propone llevar la jornada ordinaria semanal gradualmente a 38 horas, lo que se alcanzaría cinco años después de su entrada en vigencia.

La idea -recientemente declarada admisible por la Sala de la Cámara baja- es impulsada por los diputados de oposición que integran la Comisión de Trabajo, lo que asegura su aprobación en esa instancia donde cuentan con mayoría. Según sus autores, la medida se justifica en los altos niveles de estrés que experimentan los trabajadores en medio de una «extensa jornada laboral» a la que se suman traslados y responsabilidades familiares.

No es la primera idea en esa línea. En 2019 se vivió un intenso debate en torno a la rebaja de la jornada ordinaria de trabajo de 45 a 40 horas semanales, propuesta por las diputadas comunistas Camila Vallejo y Karol Cariola. La fórmula sorteó su primer paso en la Cámara Baja, pero se entrampó en el Senado durante la pandemia. Aunque está desde marzo de 2020 en la Comision de Trabajo de la Cámara Alta, no ha sido puesta en tabla.

«Bastante más radical»

El director del departamento de Derecho del Trabajo de la Universidad de Chile, Luis Lizama, advierte que la reducción es aun menor de lo que se señala, porque el proyecto de ley agrega una nueva disposición que determina que el tiempo de descanso dedicado a la colación (hoy de cargo del trabajador), ahora sea de cargo del empleador, imputable a la jornada y de al menos una hora. «Considerando esto, al año siguiente de la vigencia de la ley tendríamos jornadas no de 40 horas, como se señala, sino de 36 horas semanales si se distribuyen en cuatro días. Luego, al quinto año de vigencia de la ley la jornada se reduce no a 38 horas, sino a 34 horas», afirma.

El también socio del estudio jurídico Lizama Abogados estima que la reducción es «bastante más radical de las 45 horas actuales a 36 horas en la primera fase y en régimen a 34 horas» y que se debe considerar que la iniciativa mantiene la remuneración del trabajador. «O sea, el empleador le pagaría a un trabajador que hoy trabaja 45 horas semanales lo mismo por trabajar 36 ó 34 horas», dice.

Añade que si bien es positivo avanzar en el tema de distribución de la jornada ordinaria, con la posibilidad de poder pactarla en cuatro días y no en cinco, se debe considerar su impacto económico. «Sobre todo porque estamos en tiempos de pandemia en que ha habido una crisis severa, alto desempleo y es probable que esta medida no vaya acompañada de mejora en productividad», sostiene.

Lo que dice la evidencia

El profesor del departamento de Economía de la Universidad Diego Portales (UDP), Benjamín Villena, investigador del Instituto Milenio MIPP, es partidario de revisar la evidencia empírica disponible sobre rebajas a la jornada cuando se debate este tema. «Los objetivos perseguidos con esta reforma son legítimos, pero la ciudadanía idealmente debería tener claridad respecto de los costos asociados», plantea.

En Chile, la jornada laboral se redujo en 2005 de 48 a 45 horas semanales. El análisis que Villena y Mauricio Tejada hicieron para la Comisión Nacional de Productividad (descargar aquí) revela «una reducción de 4% en el empleo para trabajadores asalariados privados de jornada completa después del anuncio de la reforma (2001) y luego de su entrada en vigencia (2005), siendo los grupos más afectados mujeres, jóvenes y personas con educación secundaria».

También habría generado una mayor rotación laboral, lo que «sería una pista importante para entender los impactos negativos de 0,2% en la productividad y de al menos 0,5% en el crecimiento del PIB en un horizonte de cinco años después de la reforma», dice.

En base a esta evidencia, el académico de la UDP plantea que la magnitud de la reducción de horas propuestas «no tiene precedentes en ningún país» y quedaríamos como la economía con menos horas trabajadas en el mundo, «claramente desalineado con la trayectoria de desarrollo económico de países que pretendemos emular».

Agrega que la cantidad de horas trabajadas en Chile al año hoy está por debajo de las que tenían países de la OCDE cuando tenían nuestro actual nivel de ingreso per cápita. «Las horas trabajadas se van reduciendo como consecuencia de la mayor productividad e ingresos que alcanzan los países, no a la inversa», precisa.

Productividad y automatización

Villena sostiene que las reformas propuestas podrían tener «efectos negativos sustanciales» en materia laboral. Se suma que la posibilidad de compensar parcialmente la reducción de horas con aumentos de productividad «es bastante limitada».

Como ejemplo, explica que la reducción de 39 a 35 horas en Francia (1998), con una fuerza laboral de mucho mayor productividad que la chilena, «generó un aumento de la productividad estimado en sólo un tercio del aumento del costo laboral».

Otros riesgos que advierte son que las propuestas de rebaja no consideran «elementos de gradualidad en la implementación y compensación por los mayores costos laborales para las empresas, especialmente las más pequeñas». Y alerta que la mayor disponibilidad de tecnologías permitiría que una posible respuesta ante al fuerte aumento de los costos laborales sea «una sustitución del empleo por tecnologías de automatización. Hay evidencia en economías más avanzadas de sustitución de este tipo en escenarios recesivos».


Esta nota fue originalmente publicada en Pauta.cl

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