Proveer mayor voz a los trabajadores dentro de las empresas, hacerlos partícipes de la construcción del futuro de ellas, a la vez que de su propio futuro, y acreedores de las ganancias y pérdidas de las empresas es del todo razonable y deseable a priori. Sin embargo, estas políticas per se no tendrían por qué tener resultados virtuosos tanto para los dueños como para los trabajadores, independientemente de qué dice la evidencia científica al respecto, dado que las experiencias en estas materias no son del todo extrapolables a diferentes realidades.
Por ejemplo, cuando la estructura productiva de un país se basa en la manufactura de productos de alta tecnología y los trabajadores están altamente capacitados, como ocurre en Alemania, los resultados de estas políticas pueden ser muy diferentes a los que se darían cuando la estructura productiva se focaliza en servicios básicos, la agroindustria, y los trabajadores tienen baja capacitación y productividad, como ocurre en Chile. También hay que considerar las diferencias en el gobierno corporativo de las empresas. Así, en Alemania hay dos directorios: el directorio de administración, que toma las decisiones del día a día, y el directorio de supervisión, que toma las decisiones estratégicas y de largo plazo. En EE.UU., Noruega y Chile, por ejemplo, hay un solo directorio que toma ambos tipos de decisiones.
Los japoneses llevan más de medio siglo incorporando la voz de los trabajadores en la empresa automotriz, con un éxito enorme. Dado esto, en 1984, General Motors firmó un acuerdo con Toyota para establecer una planta en EE.UU. con el objetivo de producir autos de alta calidad a bajo costo a través de incluir a los trabajadores en el proceso como se hace en Japón (conocido como caso NUMMI). Dicha planta cerró el año 2010, después de la quiebra de GM, porque nunca logró los niveles de eficiencia que las mismas plantas lograron en Japón. La lección es simple. Las culturas corporativas, la de los trabajadores y la de los países, deben ser consideradas a la hora de implementar políticas públicas que han sido desarrolladas en el marco de culturas diferentes. Políticas exitosas en países nórdicos o asiáticos pueden fracasar en Chile y viceversa.
Sin perjuicio de lo anterior, es crucial saber qué dice la evidencia acerca del efecto que han tenido las políticas tendientes a incorporar a los trabajadores en las decisiones estratégicas de las empresas o codeterminación. Un buen resumen de la evidencia es que los efectos sobre los salarios parecen ser nulos y los efectos sobre inversión, innovación y valor de las empresas son ambiguos. Por ejemplo, para Alemania, Gorton y Schmidt (2014) encuentran que las empresas con igual número de trabajadores y dueños en el directorio se transan con un descuento de 31% comparado con empresas donde los trabajadores solo representan un tercio en el directorio de supervisión y no tienen efecto sobre los salarios. Para Noruega, Blandhol, Mogstad, Nilsson y Vestad (2020) encuentran que la codeterminación tiene nulo efecto sobre salarios cuando se controla por el tamaño de la empresa y la importancia de los sindicatos. Para Alemania, Jaeger, Schoefer y Heining (2019) estudian una reforma que elimina la obligación de codeterminación para firmas nuevas y la mantiene para firmas antiguas. Ellos encuentran que la codeterminación aumenta inversión y formación de capital, pero mantiene los salarios inalterados.
Tanto la evidencia como la dificultad para extrapolar los resultados (positivos o negativos) desde un país a otro permite concluir que la codeterminación, a priori, pareciese no tener mayores beneficios. Sin embargo, en consideración a que extrapolar los resultados es difícil, ella debe ser discutida cuidadosamente por los expertos en el tema y los involucrados, tomando en cuenta la cultura nacional, la estructura productiva y el gobierno corporativo del país. Si la codeterminación trae tantos beneficios para los dueños y trabajadores al mismo tiempo, como argumentan sus defensores, por qué solo existe en países donde la ley lo impone y no lo exigen al unísono los accionistas y los trabajadores. Un país avanza cuando es capaz de analizar las políticas públicas en sus propios medios y no por la popularidad de ellas.
Esta columna fue originalmente publicada en el Diario El Mercurio.