*Esta columna fue originalmente publicada en Voces de La Tercera
En el debate público de la extensión de la jornada laboral, la evidencia para sustentar las diferentes propuestas ha sido escasa. Decidir entre 40, 41 o 45 horas semanales parece una elección basada en convicciones (¿o prejuicios?), pero pocos datos reales.
Al parecer, se da por sentado que el máximo legal determina las horas reales trabajadas. Sin embargo, la encuesta CASEN 2017 muestra un promedio de 42.6 horas trabajadas promedio semanales. Por otro lado, un 32.5% de los trabajadores tienen jornadas semanales de menos de 40 horas. Finalmente, las horas trabajadas promedio han bajado sostenidamente en Chile, así como en otros países del mundo desarrollado (Boppart y Krusell, 2019)
Estas cifras gruesas esconden gran diversidad. Quizá sorprenda que las personas con más educación trabajan más horas. Un 58% de trabajadores de nivel universitario superan 40 horas semanales, mientras que sólo un 17% de los trabajadores con nivel básico lo hacen. No es una anomalía chilena: en la OECD, los grupos de mayor educación también trabajan más. Además, se observa que las personas en situación de pobreza o indigencia son quienes trabajan menos horas. También encontramos que los hombres (44.7) trabajan más horas que las mujeres (39.8) en promedio.
¿Es importante esta diversidad? Sí, y mucho. Los trabajadores usualmente más vulnerables como aquéllos de baja calificación, mujeres, y en situación de pobreza no serían afectados mayormente por la reducción de jornada propuestas, ya que suelen trabajar menos del límite legal propuesto (por supuesto, hay casos en que sí). En la situación opuesta están los hombres, trabajadores de alto nivel educacional, y aquellos fuera de la pobreza. Enfrentados a esta reducción de jornada legal, los empleadores no se desprenderán tan fácilmente de trabajadores de alta calificación, con mayor poder de negociación, por un aumento del costo laboral. Por otra parte, en tareas más complejas desempeñadas por trabajadores calificados, existe mayor flexibilidad para reasignar el tiempo y mantener la producción. Si bien la reducción de jornada afectará negativamente al empleo, el efecto será modesto.
Aumentar la flexibilidad laboral es interesante, pero la propuesta es aún poco audaz. Reasignar la semana laboral en más o menos días, con horarios variables, es un avance, pero falta impulsar decididamente el teletrabajo, la reducción de feriados con aumento de vacaciones, y permisos extendidos de capacitación o estudios. Con las transformaciones tecnológicas actuales y futuras, las tareas desempeñadas cambiarán y los requerimientos de capacitación aumentarán. Los empleos con horarios rígidos y rutinas estables, irán desapareciendo. La flexibilidad da una opción de reinvención laboral continua en el empleo.
La flexibilidad también permitirá que muchas personas, especialmente mujeres, que hoy no pueden amoldarse a los rígidos requerimientos de los empleos actuales, puedan entrar a trabajar. Chile tiene una tasa de participación laboral femenina baja, especialmente en sectores de menor ingreso. Asimismo, la informalidad del empleo también podrá disminuir en la medida que arreglos laborales específicos puedan formalizarse. Ambos aspectos tendrán efectos positivos en el empleo formal, impulsando tanto mayor productividad como contribuciones más sostenidas al sistema de pensiones.