En 1933, T.D. Roosevelt creó lo que se conoce como «Brain Trust», un grupo de consejeros del Presidente que en su mayoría provenían de la academia. Desde entonces es común que los gobiernos se hagan asesorar por intelectuales públicos (IPub) -individuos que poseen un conocimiento especializado y que influyen en la discusión de las políticas de gobierno-. Sin embargo, en la última década, ellos están en entredicho.
T. Sowell, en su libro «Intellectuals and Society» (2009), argumenta que los IPub han empeorado el mundo. Su argumento se basa en la noción de que producen ideas intangibles, juzgadas por su razonabilidad y aceptación por parte de otros intelectuales públicos, pero no por el éxito de estas. También sostiene que la sabiduría de las masas es mucho mayor que la de estas personas y debería ser oída con mayor frecuencia. Estas ideas, con la ayuda de la redes sociales y los medios, se han propagado a la población como una verdad.
El aumento del acceso a diferentes fuentes de información ha hecho que la población tenga mayor control de la información que obtiene. Por una parte, esto ha dado voz a grupos que estaban marginados, pero, por otra parte, este acceso ha exacerbado el sesgo confirmatorio de los individuos, lo que limita la exposición a fuentes de información diversas y facilita la diseminación de información sesgada. Una consecuencia de ello es que la credibilidad de los intelectuales públicos está bajo sospecha y por ende ellos están siendo desplazados por personas influyentes que carecen del conocimiento necesario para proponer y evaluar las políticas gubernamentales.
Por ejemplo, la idea -hasta ahora comúnmente aceptada- de que las universidades son el centro del diálogo sin censura está siendo reemplazada por la noción de una discusión universitaria políticamente correcta, algo que determinan ciertos grupos y es viralizado a través de redes sociales. Una consecuencia de ello son nuevas formas de censura y estrategias para restringir a ciertos grupos de la sociedad civil. Lo ocurrido con el escritor Rafael Gumucio en la UDP y lo que ocurre a diario con Jordan Peterson en Canadá son dos ejemplos claros de aquello. Otro ejemplo es el voto a favor del Brexit, donde quedó de manifiesto que fue el resultado de una ola global que favorece una forma de hacer política más demagógica, populista y errática, que nada tenía que ver con un análisis racional de los costos y beneficios de esta política.
La evidencia muestra que cada vez más las redes sociales y los medios fijan la agenda de los políticos, los cuales intentan incorporar el sentir popular en las diferentes decisiones. Por ejemplo, las estrategias anticrimen, antidrogas e inmigratorias son cada vez más conservadoras con el fin de satisfacer el sentir popular. La evidencia muestra que el apoyo público en las redes sociales condiciona en forma importante las medidas adoptadas por Israel para con los palestinos.
Es difícil cuantificar el impacto de los intelectuales públicos. Sería falaz argumentar a priori que no cometen errores, y más aún que siempre se les considere responsables por los errores inducidos por sus ideas. A pesar de esto, mi visión es que los intelectuales públicos han contribuido de manera no despreciable a la fortaleza de las democracias liberales y al progreso sostenido, observado desde la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que en la última década hayan sido marginalizados puede, en parte, explicar el retroceso de las democracias y el retorno del populismo. El índice de democracia elaborado por The Economist concluye que este decreció en más de la mitad de los países, siendo la libertad de expresión una de las dimensiones que más ha sufrido. La disminución de la participación electoral es sistemática, y con ello la democracia representativa se pone cada vez más en tela de juicio.
Las democracias y el progreso descansan en gran medida en la participación informada de sus ciudadanos y de los responsables de las políticas. Esto requiere que los intelectuales públicos lideren las discusiones que buscan entender, desde diferentes perspectivas, las consecuencias de las diferentes políticas, sin que ello implique necesariamente ignorar la sabiduría popular que hoy parece ser más importante que la ideas de los IPub.
Esta columna fue publicada en el Diario El Mercurio