Los sistemas de impuestos y subsidios de todos los países desarrollados son progresivos, lo que significa que el nivel de impuestos que se paga aumenta más que proporcionalmente que el ingreso de los hogares. Otra definición de un sistema fiscal progresivo es cuando la tasa marginal de impuesto es mayor que la tasa promedio de impuesto, o en otras palabras, cuando la tasa promedio de impuesto es una función creciente del nivel de ingreso. Por ejemplo, en el caso de Chile, el año tributario 2015 utilizó 8 tramos de ingresos y tasas marginales de impuesto global que iban desde 0% al 40%.
Sin embargo, un sistema fiscal puede ser más o menos progresivo que otro: una medida de progresividad es dada por la elasticidad del ingreso disponible con respeto al ingreso antes de impuesto y trasferencias: este coeficiente mide cuánto aumenta el ingreso disponible (después de haber pagado impuestos o recibidos subsidios de parte del Estado) al aumentar una unidad de ingreso privado. Este coeficiente se mueve dentro 0 a 1, donde 1 corresponde a un sistema proporcional de impuestos (cero progresividad), mientras que un valor limite de 0 significaría que el sistema fiscal es confiscatorio. La OECD reporta que, por ejemplo, en 2015 la elasticidad del ingreso disponible en Chile fue al 0.97, en EE.UU. para el mismo año al 0.88, y 0.67 en la progresiva Suecia.
¿Cuáles son los pro y contra de la progresividad? ¿Existe un nivel “óptimo” de progresividad, medido como la elasticidad de ingreso disponible con respeto al ingreso privado? Estas preguntas dan origen a mi trabajo titulado “The welfare effects of tax progressivity in a frictional labor market” (R&R, The Review of Economic Dynamics).
Los efectos de la progresividad que hay que tener en consideración, según la literatura económica, son múltiples: Por un lado, tasas marginales altas, según el nivel de ingreso, distorsionan la elección de trabajar de los hogares que ganan más, considerados como los más productivos. Esto último, incentiva a los individuos a trabajar y ahorrar menos (en el caso en que los impuesto se apliquen al ingreso total, o sea al ingreso del trabajo y del capital). En este escenario, la progresividad en los impuestos tiene un efecto negativo sobre la producción total de un país. Por otro lado, los impuestos progresivos financian un sistema de subsidios a los hogares de ingreso más bajo, cumpliendo la función de proveer un sistema de seguridad social.
Todos estos efectos han sido estudiados en los ámbitos de modelos macroeconómicos con imperfecciones en el mercado financiero, es decir, en contextos que consideran que los mercados financieros no son completos. Esto implica que los hogares no pueden asegurarse de manera total y autónoma de los shocks al ingreso mediante la compra de un seguro. En este caso, el seguro provisto por el Estado a través del sistema de subsidios y impuestos aumenta el bienestar total de la sociedad.
Puesto que en este contexto existe un trade-off entre los efectos de los impuestos progresivos, es entonces posible a priori estudiar el balance de éstos y encontrar un nivel óptimo de progresividad. Algunos trabajos recientes, como los de O. Bakış, B. Kaymak, and M. Poschke, o J. Heathcote, K. Storesletten, and G. L. Violante, llegan a la conclusión que puede existir un nivel óptimo de progresividad bajo algunas condiciones. El segundo paper citado, considera un contexto en el cual los hogares pueden invertir en capital humano y concluye que, en una economía calibrada para Estados Unidos, sin gastos del gobierno en bienes públicos, un sistema fiscal progresivo es óptimo. En el caso contrario de un gobierno que financia bienes públicos, el óptimo sería un sistema menos progresivo y casi proporcional.
Mi contribución a esta literatura consiste en considerar otra consecuencia de un sistema de impuesto progresivo: el efecto de compresión salarial. Con fricciones de búsqueda en el mercado laboral, además de las imperfecciones del mercado financiero, un sistema de impuestos y subsidios progresivos tiene el efecto de desincentivar los aumentos de salarios, determinados por empresas y trabajadores mediante negociación. Esto se debe a que un sistema de impuestos progresivos hace menos interesante un aumento del salario para ambas partes, ya que una proporción mayor siempre es gravada.
Como resultado, la economía muestra una menor dispersión de salarios o mayor compresión salarial, lo cual incentiva la creación de empleos por parte de las empresas. Esto, a su vez, reduce la tasa de desempleo. Si los costos salariales de abrir una vacante bajan, las empresas reaccionan abriendo más vacantes.
Este mecanismo teórico ha sido confirmado hace muy poco en un trabajo empírico por E. Lehmann, C. Lucifora, S. Moriconi, and B. V. der Linden, quienes consideran un set de 21 países de la OECD: los autores muestran que, por un nivel dado de impuesto total al trabajo, un sistema de impuestos más progresivo aumenta la tasa de empleo.
Mi investigación considera un modelo con imperfecciones en los mercados financieros y del trabajo, y muestra que, para una economía calibrada para los datos de Estados Unidos, existe un nivel óptimo de progresividad. Además este nivel se reporta al 0.73, lo cual es más alto del 0.88 actualmente observado según OECD.
Para mejorar la simulación, es necesario que el modelo replique aproximadamente algunas características fundamentales de la economía como el nivel de inequidad del ingreso.
Es importante considerar el efecto de la compresión salarial y sus consecuencias en el mercado laboral cuando se evalúan los pros y contras de los impuestos progresivos: la progresividad desincentiva el esfuerzo individual de trabajo, pero también ayuda a disminuir el desempleo. Otro resultado de mi estudio indica que un policy maker interesado a proveer redistribución y seguro social prefiere un sistema fiscal más progresivo (un impuesto a la renta negativo para los bajos ingresos) en vez de un sistema de seguro de desempleo.