La segregación, en sus términos más amplios, se refiere a la separación geográfica forzada de un grupo particular de personas, basada, entre otros, en su identidad étnica, religiosa, o lingüística. Las formas de segregación más conocidas son la racial y la étnica, con numerosos ejemplos extraídos de la infame segregación de la población afroamericana en los Estados Unidos durante las leyes de Jim Crow o el régimen del Apartheid en Sudáfrica.
Aunque no existe de hecho ninguna plataforma legal que legitime la segregación, distintas formas del problema se observan actualmente en todos los rincones del mundo. Su presencia de facto todavía se puede ver en la segregación residencial (patrones de vivienda), la segregación de ingresos, o la segregación de educación —un tipo de segregación que también es muy predominante en Chile y ha sido objeto de algunos estudios recientes, tanto en el ámbito social como económica.
¿Cómo afecta la segregación a los conflictos? El último estudio1 realizado por el investigador del MIPP Alejandro Corvalán y su colega, Miguel Vargas, ofrece un análisis empírico de la relación entre la segregación y el conflicto, a través del estudio de los diferentes mecanismos que afectan a la motivación para el conflicto cuando las concentraciones de grupos son prevalentes. El enfoque del estudio abarca tres dimensiones de la segregación: étnica, lingüística y religiosa. “La relación entre la segregación y el conflicto dista mucho de ser clara, y de hecho algunos cientistas políticos han recomendado incluso segregar las comunidades para evitar conflictos entre ellos», afirma Corvalán.
La relación entre la segregación y el conflicto dista mucho de ser clara, y de hecho algunos cientistas políticos han recomendado incluso segregar las comunidades para evitar conflictos entre ellos
Los investigadores en el pasado han demostrado continuamente que el fraccionamiento o la polarización entre grupos con diferentes composiciones raciales o étnicas tiene un impacto positivo en los conflictos. Pero, como suele ser el caso con el conflicto, a pesar de que las razones que pueden causar divergencias son claras, los factores que alimentan su escalada a protestas (e incluso guerras civiles) no se identifican fácilmente. Además, la magnitud del impacto de la segregación es, a veces, muy difícil de precisar.
Corvalán y Vargas confirman el efecto de la segregación en la escalada de los conflictos mediante el análisis de dos canales influenciados directamente por la segregación: los niveles de confianza entre grupos de distintos orígenes y las amenazas de secesión que surgen de la necesidad de luchar por la autonomía, que a menudo es dominante en las comunidades gravemente segregadas. El estudio demuestra que ambos canales tienen un impacto en el efecto de la influencia del grupo geográfico sobre los conflictos. La falta de confianza de los grupos externos, que está presente en grupos segregados, provoca un aumento de la animosidad, mientras que la clara separación del territorio da a los grupos segregados un sentido de pertenencia, lo que aumenta las posibilidades de reclamaciones de autonomía.
Los profesores de la Universidad Diego Portales utilizan un conjunto multidimensional de datos recientes de segregación nacional para estudiar el impacto que ésta última tiene en todas las intensidades de conflicto en 165 países diferentes. La intensidad del conflicto se clasifica en baja, media y alta (equivalente a las guerras civiles), basándose en la cantidad de muertes por conflicto, como aparece en el Conjunto de Datos PRIO —hasta 25; entre 25 y 1.000; y más de 1.000 muertes al año, respectivamente. Durante el período de 1960 a 2000, el conjunto de datos identifica 89 países con bajos niveles de conflicto, 55 con niveles intermedios y 42 países con niveles altos.
Posteriormente, se usa una medida comparativa de la segregación entre países, donde la segregación completa ocurre cuando cada grupo étnico vive en regiones separadas dentro de un país; mientras que “no segregación” significa que cada región tiene la misma composición del grupo étnico del país en su conjunto. En base a esta clasificación, los cinco países menos segregados étnicamente son Alemania, Suecia, Holanda, Corea del Sur y Japón. Al otro extremo del espectro se encuentra Zimbabue como el país más segregado, seguido por Guatemala, Afganistán, Uganda y Turquía.
Para dar cuenta de que a veces la segregación puede ser más el efecto de un conflicto que una de sus causas, los investigadores identifican que esto podría ser cierto en el caso de las guerras civiles, aunque también en casos de conflicto de baja intensidad. Sin embargo, Corvalán añade que “Estos resultados sobre el desorden civil y la protesta sugieren que la causalidad va de la segregación al conflicto y no al revés.»
Estos resultados sobre el desorden civil y la protesta sugieren que la causalidad va de la segregación al conflicto y no al revés.
El estudio llega a la conclusión de que tanto la segregación étnica como la lingüística tienen un efecto directo sobre la incidencia de los conflictos, y esto es cierto para todos los niveles de conflicto, mientras que la segregación religiosa no está relacionada con cualquier tipo de conflicto. Ningún tipo de segregación sirve como catalizador para el estallido de la violencia; su impacto se limita solamente al refuerzo y la intensificación de conflictos existentes. La evidencia entre países demuestra que el mayor impacto de la segregación sobre la escalada de la violencia se debe a una disminución de la confianza o un aumento en las solicitudes de secesión, ambas consecuencias de la concentración geográfica de los grupos.