La pandemia causada por el COVID-19 produjo un impacto duradero y sin precedentes en los hogares de todo el mundo. La mayoría de los países experimentaron un mayor desempleo y descensos importantes en los ingresos. En este contexto, las preocupaciones por las deudas, la falta de ahorros, y la incertidumbre económica enfrentada por muchos hogares tuvo un costo en términos de bienestar.
Evidencia empírica sugiere que la deuda personal está estrechamente relacionada con un deterioro en el bienestar a través de trastornos mentales comunes. En particular, la asociación entre endeudamiento y síntomas depresivos parece estar impulsada por el crédito al consumo o morosidad en los créditos hipotecarios.
La relación entre endeudamiento y salud mental es preocupante. Esto debido a que el deterioro en la salud mental, enfrentada en mayor medida por los segmentos más vulnerables de la población, dificulta remontar una situación económica adversa o un periodo de desempleo.
El caso chileno
En el estudio “Financial Distress and Psychological Well-Being during the COVID-19 Pandemic” recientemente publicado en el International Journal of Public Health, los investigadores Patricio Valenzuela (UAndes e Instituto Milenio MIPP), Florencia Borrescio-Higa (UAI) y Federico Droller (USACH), exploraron el vínculo entre fragilidad financiera y salud mental. Para desarrollar su análisis utilizaron una muestra de 2.552 hombres y mujeres de diversos niveles socioeconómicos en Chile.
En esta investigación analizaron los efectos económicos de la crisis sanitaria y el rol de las dificultades financieras en la salud mental y el bienestar de las personas. El estudio utilizó una encuesta única, Vida en Pandemia en Chile, que combinó variables laborales, financieras y de salud mental.
Chile es un caso interesante de estudio, ya que fue un país que experimentó un crecimiento económico significativo en las décadas recientes, pero donde los altos niveles de desigualdad e informalidad aún son generalizados. Además, es un país donde los efectos económicos causados por la pandemia de COVID-19 dieron lugar a una mayor fragilidad financiera de los hogares.
En Chile, la actividad económica cayó significativamente en 2020, y las restricciones de movilidad produjeron una fuerte disminución en los ingresos, un aumento en el desempleo y un aumento de la deuda de los hogares. Las tasas de desempleo aumentaron del 8,2 % en el primer trimestre de 2020 al 12,9 % en el momento de la encuesta. Además, los datos muestran que más de la mitad de los encuestados vieron una disminución en los ingresos del hogar (37% debido al desempleo). Finalmente, un 39% de los encuestados experimentó un aumento en la deuda de su hogar, en relación con los niveles previos a la pandemia.
Para mitigar los efectos de la pandemia, el gobierno de Chile implementó una serie de políticas. Las principales medidas incluyeron un bono para familias pobres y el aplazamiento del pago de servicios públicos y ciertos impuestos. Por su parte, los bancos comerciales implementaron voluntariamente el aplazamiento de los pagos de préstamos hipotecarios y comerciales, seleccionando a los clientes que no tenían atrasos antes de marzo.
Salud Mental
El estudio muestra cómo la pandemia afectó la fragilidad económica, lo que a su vez generó problemas financieros tales como dificultades para pagar préstamos de consumo, hipotecas o necesidades básicas. Luego, presenta evidencia de cómo las dificultades financieras afectaron negativamente diversas métricas de salud mental. Estos resultados están en líneas con evidencia que sugiere que el sobreendeudamiento y la prevalencia de síntomas depresivos están asociados.
Si bien el estudio muestra un aumento en los nuevos diagnósticos y la utilización de medicamentos para condiciones de salud mental, no se observa un aumento en los tratamientos. Lo anterior da cuenta de una barrera potencial en el acceso al tratamiento de problemas mentales. Una razón puede hallarse en que la cobertura de enfermedades mentales en Chile es muy baja, lo que hace que el tratamiento de salud mental sea muy costoso para una gran proporción de la población, especialmente para aquellos que enfrentan mayores dificultades financieras.
El estudio explora además los mecanismos que vinculan las dificultades financieras y la salud mental, la cual apunta a una mayor frecuencia de conflictos dentro del hogar. Este resultado va en línea con el hallazgo general sobre el aumento en la violencia doméstica durante los confinamientos. Dado el nexo entre la violencia doméstica y las dificultades económicas, es probable que las dificultades financieras afecten el bienestar mental, tanto directamente, por la imposibilidad de cumplir o pagar las obligaciones financieras, como indirectamente por un canal de conflicto. Es decir, las dificultades financieras crean conflictos familiares que a su vez deterioran la salud mental.
Educación Financiera
Los hallazgos del estudio enfatizan el rol clave de la educación financiera mitigando problemas asociados a la salud mental. Esto debido a que un cambio en el comportamiento financiero puede mejorar la condición financiera de las personas. De hecho, el estudio muestra que aquellos individuos que tuvieron capacidad de generar ahorros antes de la pandemia fueron menos sensibles a sufrir problemas mentales durante la crisis sanitaria.
En ese sentido, la educación financiera—la cual brinda a las personas información y herramientas para aliviar su endeudamiento—es esencial para reducir las dificultades financieras y contribuir a una mejor salud mental. Los últimos años han visto un aumento en la evidencia empírica que muestra que la educación financiera se puede brindar de manera efectiva y masiva a través de las escuelas, lugares de trabajo y plataformas comunitarias. La investigación futura debe centrarse en la aplicabilidad de estas experiencias al contexto local y su efecto en el bienestar.
Políticas Públicas
Las conclusiones del estudio destacan la necesidad de nuevas políticas públicas para mejorar la salud mental de los segmentos de la población más vulnerables al impacto económico de crisis, usualmente personas jóvenes, mujeres y desempleados.
“Las acciones del gobierno deben ir más allá de un simple subsidio económico. Urge una mayor provisión de iniciativas de educación financiera que nos permita ajustarnos a nuestra nueva realidad. Distinguir entre necesidades y deseos, generar presupuestos eficientes y cotizar la mejor alternativa de crédito son algunas de las formas en que podemos mitigar nuestra fragilidad financiera de manera de tener una mayor tranquilidad”, afirma Patricio Valenzuela.
“También urge la disponibilidad de espacios y actividades donde podamos liberar nuestro estrés de manera responsable. Actividades culturales y oportunidades reales para realizar deporte o caminar al aire libre pueden traer beneficios a nuestra salud mental. Finalmente, urge un acceso igualitario a tratamientos de salud. En Chile, el acceso a la salud mental es un lujo al que solo quienes no tienen problemas financieros pueden acceder”, agrega el investigador del Instituto Milenio MIPP.
Finalmente, los autores enfatizan que el mundo ha cambiado afectando los bolsillos de las personas y sus estilos de vida. Sin embargo, estar en aprietos financieros no significa que uno deba renunciar a los pequeños placeres de la vida. No se puede renunciar a la salud física, tampoco a la salud mental. Cuidar el bienestar es responsabilidad de todos: autoridades y ciudadanos.